Los Formícidos (Formicidae), conocidos comúnmente como hormigas, son una familia de insectos sociales que, como las avispas y las abejas, pertenecen al orden de los himenópteros. Las hormigas evolucionaron de antepasados similares a una avispa a mediados del Cretáceo, hace entre 110 y 130 millones de años, diversificándose tras la expansión de las plantas con flor por el mundo. Son uno de los grupos zoológicos de mayor éxito y en la actualidad están clasificadas más de 12 000 especies,
con estimaciones que superan las 14 000, y con unas tendencias actuales
que predicen un total de más de 21 000. Se identifican fácilmente por
sus antenas en ángulo y su estructura en tres secciones con una estrecha cintura. La rama de la entomología que las estudia se denomina mirmecología.
Forman colonias
de un tamaño que se extiende desde unas docenas de individuos
predadores que viven en pequeñas cavidades naturales, a colonias muy
organizadas que pueden ocupar grandes territorios compuestas por
millones de individuos. Estas grandes colonias consisten sobre todo en
hembras estériles sin alas que forman castas de «obreras», «soldados» y
otros grupos especializados. Las colonias de hormigas también cuentan
con algunos machos fértiles y una o varias hembras fértiles llamadas
«reinas». Estas colonias son descritas a veces como superorganismos, dado que las hormigas parecen actuar como una entidad única, trabajando colectivamente en apoyo de la colonia.[3]
Han colonizado casi todas las zonas terrestres del planeta; los únicos lugares que carecen de hormigas indígenas son la Antártida y algunas islas remotas o inhóspitas. Las hormigas prosperan en la mayor parte de estos ecosistemas y se calcula que pueden formar el 15-25% de la biomasa de los animales terrestres.[4] Se estima que hay entre mil billones (1015) y diez mil billones (1016) de hormigas viviendo sobre la Tierra.
Se considera que su éxito en tantos entornos se debe a su organización
social y a su capacidad para modificar hábitats, a su aprovechamiento de
los recursos y a su capacidad de defensa. Su prolongada coevolución con otras especies las ha llevado a desarrollar relaciones miméticas, comensales, parásitas y mutualistas.[5]
Sus sociedades se caracterizan por la división del trabajo, la comunicación entre individuos y la capacidad de resolver problemas complejos.[6]
Estos paralelismos con las sociedades humanas han sido durante mucho
tiempo fuente de inspiración y objeto de numerosos estudios.[N 1]
Muchas culturas humanas las utilizan como alimento, medicina y como
objeto de rituales. Algunas especies son muy valoradas en su papel de
agentes de control biológico.[7]
Sin embargo, su capacidad de explotar recursos provoca que las hormigas
entren en conflicto con los humanos, puesto que pueden dañar cultivos e
invadir edificios. Algunas especies, como las hormigas de fuego (género
Solenopsis), son consideradas especies invasoras, ya que se han establecido en nuevas áreas donde han sido introducidas casualmente.[8
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